Envuelta por una fina capa de niebla observa desde arriba con gran elegancia el embrollo y amasijo de jirones y emociones, de locuras y canciones, de entresijos que se quejan por cúmulo de mierda. De quejas y lamentos que solo ofrecen más tormento. De víctimas de sus propios verdugos, de fantasmas que duermen en su misma almohada donde los recuerdos de Blanca se posaron esa noche como losas pesadas, como bloques de cemento enquistados en los pliegues de su encerrado cerebro...
-¡Ay luna! ¡Ay lunita! -exclamaba Blanca desesperada-Ilumina cada parte de esta negrura, pinta de blanco mi pasado ¡Llévate contigo todo lo malo!
Pero jamás había respuesta, la Luna, seguía intacta, mirando desde arriba, altiva, rigurosa y sabia.
-¿Por qué no me hablas Luna? -insistió esa noche Blanca- Tú y yo somos parecidas, las dos cambiamos de forma según el día ¿Por qué no respondes a mis lamentos?
Y la Luna cada vez más fría comenzaba a esconderse tras la niebla tibia.
-¡No me dejes aquí sola Luna! -gritó la joven- ¡Necesito que tú luz ilumine esta locura! ¿Por qué me abandonas en esta noche oscura?
La Luna termino de ocultarse por completo, todo quedó en tinieblas y Blanca tapó su cara con la almohada, ya todo estaba oscuro, ni un ápice de luz tan siquiera entraba por la ventana. El descenso había comenzado, el miedo corría por todo su cuerpo y una explosión de confusión anunciaba el preludio de una noche aún más larga...
-Nada puedo hacer -pensaba Blanca- Nada puedo controlar en esta bajada...
Su mente viajaba separada de su corazón, de su emoción, de su cordura. Obsesionada con la luz de la Luna, recorrió cada rincón de su habitación buscando una pizca de limosna, un pedacito de compasión que iluminara su completa perdición. Más ese alimento...nunca llegó.
Blanca cayó en el piso, destruida, abandonada, rendida... Su mejilla golpeó contra el suelo frío, su mente quedó vacía...
-Ya está...ya me muero. -afirmó Blanca con desconsuelo.
Flotaba ahora por encima del tejado, por encima de la nubes, por encima del cielo, miles de estrellas posaban brillantes delante de ella. Dio un giro de izquierda a derecha alrededor de la Tierra, se despedía de su vida, allí en ese planeta que ahora lucía tan maravilloso visto desde arriba.
De pronto una luz blanca tan blanca como su nombre ilumino su cara, era la Luna, grande no...gigante y redonda, totalmente pura y resplandeciente.
-Aquí estás Luna, -le dijo Blanca transigente- me abandonaste en esta noche oscura, te escondiste entre las nubes, te busqué hasta dejarme morir...¿Por qué lo hiciste? ¿No te dio pena ver cómo me consumía?
La Luna comenzó a reír:
-Perdóname mujer de la Tierra, pero eso que me pedías yo no te lo podía dar... La luz blanca que ves en mi, no proviene de mi interior, yo sólo la reflejo del Sol. Mi única función es hacer de espejo para ti. Esta noche, elegiste ver tú cara oscura y gracias a eso ahora te conoces mejor, pero también podrías haber elegido verte reflejada en mi tal y como estás haciendo ahora...
Blanca no entendía nada de lo que le estaba hablando la Luna, pero llevaba tanto tiempo pidiendo escuchar su voz y consejo, que ahora que por fin lo había conseguido no iba a hacer por menospreciarlo. Sin entender bien sus palabras Blanca se miró a si misma y encontró la respuesta a todas las plegarias que realizó tiempo atrás, todo se resumía, todo se entendía y todo se aceptaba en ese mismo instante...
Todo su cuerpo lucía como un gran sol al mediodía, la luz que emanaba de su interior era tan grande y luminosa que la Luna tan sólo podía reflejarse en ella.
Blanca abrió los ojos, su cuarto antes oscuro ahora estaba totalmente iluminado, se levantó del suelo, sonriente, liviana y agradecida.
La Luna sabia sabía,
que más blanca y pura la luz era en Blanca,
que la luz que Blanca en la Luna veía.
Y colorín colorado ente cuento te ha reflejado.
Cuento original de Yoana Siri
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